Aquel año de 1810, más de la mitad de la población de la Nueva España eran mujeres y más de la mitad eran niños y adolescentes menores de dieciséis años.
¿Qué sucedió con estos actores casi ausentes en los relatos de la Guerra de Independencia? A pesar del silencio de los textos de historia patria que apenas se refieren a unos cuantos casos de la actuación de las mujeres y los niños en la lucha por la independencia, la realidad es que la participación femenina y la infantil existió desde aquella mañana del domingo 16 de septiembre de 1810.
El levantamiento de Dolores no fue encabezado por un ejército regular, es decir, por un ejército formalmente constituido. Mas bien, se trató de un pueblo que caminaba por senderos polvosos, acompañado de algunos miembros de la milicia; conformado por hombres, mujeres y niños, seguidos de burros, perros, chivos, borregos y loros, armados de palos e instrumentos de labranza, con estandartes, estampas religiosas en los sombreros, banderas improvisadas de colores azul y blanco en recuerdo de la Inmaculada Concepción, pero que también evocaban los colores blanco y azul de los reyes de España.
Este pueblo no se levantaba en contra España ni contra el rey Fernando VII, preso de Napoleón I, como también lo era el papa Pío VII. Bien decía el capitán Ignacio de Allende, al ser juzgado en Chihuahua acusado de «alta traición: nos levantamos contra las autoridades virreinales “por alta lealtad”; por la Religión, por el Rey y por la Patria, para que no cayera la Nueva España en las garras del emperador francés y su ejército, tal y como sucedió en España a partir de 1808».
Aquel domingo 16 de septiembre se inició una guerra civil que duraría once años; guerra que destruyó la minería, quemó las cosechas, empobreció los pueblos, enfrentó a padres e hijos, hermanos entre sí, lo mismo que a vecinos, a miembros del clero diocesano y de órdenes religiosas. De unos seis millones de habitantes de la Nueva España postrera, para 1821 habrían muerto casi un millón de personas. Los cuatro jinetes del Apocalipsis (la guerra, el hambre, la peste y la muerte), al decir del abogado y periodista insurgente don Carlos María de Bustamante, cabalgaron en aquellos años por la Nueva España.
En esta guerra civil, las mujeres y los niños de toda condición participaron de diversas maneras: ellas, como conspiradoras, correos, espías, enfermeras, cocineras y «seductoras de tropas»: mujeres que intentaron hacer desertar de las filas insurgentes o realistas a los combatientes para que se pasaran al bando contrario. Otras mujeres fueron tomadas como rehenes para conseguir que sus maridos, padres, hermanos, hijos o algún otro pariente abandonaran la lucha y se indultaran. Varias fueron fusiladas o encarceladas por años; algunas se convirtieron en jefas de partidas insurgentes a la muerte de un esposo o pariente; muchas se dedicaron a administrar ranchos, haciendas, imprentas, talleres de artesanías, obrajes, ante la ausencia de sus padres, esposos o hermanos con atinada diligencia, logrando que bajo su dirección florecieran los negocios y se mantuvieran productivos en medio de la guerra.
¿Y la mitad de la población infantil? ¿Qué vieron, qué escucharon y qué retuvieron en su memoria los niños que fueron víctimas de la violencia, que vieron morir a sus padres, hermanos, tíos, madres, vecinos y compañeros de juego? Niños que fueron rehenes desde los dos o tres años; pequeños que fueron fusilados a los once años de edad delante de sus padres; chicuelos que fueron combatientes en las fuerzas insurgentes y en las realistas, como el hijo de José María Morelos, Juan Nepomuceno Almonte (capitán del Regimiento llamado de Los Emulantes a los nueve años de edad) o los cuatro niños realistas: Martín Carrera, de nueve años de edad , perteneciente al Regimiento Expedicionario de Fernando VII; Manuel Lombardini, quien desde los doce años pertenecía a la Compañía de Patriotas de Tacubaya; Mariano Arista, niño que a los once años combatía en el Regimiento de Provinciales de Puebla; y Pedro María Anaya , cadete del Regimiento de Tres Villas a la edad de quince años. En 1821 estos cuatro niños se unieron al Ejército Trigarante que consumó la independencia de México. Años más tarde, llegaron a convertirse en presidentes de la república, y Juan Nepomuceno Almonte fue nombrado, en 1864, Regente del Segundo Imperio Mexicano.
En resumen, en momentos de crisis y de violencia desatada, mujeres y niños respondieron con valentía, entrega y responsabilidad en el papel que les tocó representar. Los historiadores tenemos una deuda pendiente con un gran número de ellos, toda vez que han quedado marginados de los sucesos importantes de nuestra historia.