El significado de la paz en nuestros días

Por: Rogelio Ayala Partida

Vivimos en el mundo momentos críticos: una guerra en Europa que ha hecho sentir sus estragos en el mundo. Una tensión internacional en Asia por el intento de China de ocupar Taiwan. Y en México los escenarios violentos son el “pan de cada día,” con cifras de homicidios sin precedentes, bloqueos violentos en las calles protagonizados por grupos criminales, una sociedad en general polarizada y fuertemente desunida y lo más triste del asunto, es que en el seno de muchas familias se da la división, la incomprensión, el abuso y también la violencia.

En el mundo convulso en el que vivimos, es necesario que comprendamos cuál es el verdadero significado de la paz. Hemos oído en el Evangelio y escuchamos en cada Eucaristía las palabras de Jesús: “la paz les dejo, mi paz les doy, pero no se la doy como la da el mundo” (Jn. 14, 27).

Podemos comenzar a decir qué cosa es esa paz falsa que ofrece el mundo y que no tiene qué ver con la paz de Cristo. Esa paz es la paz del silencio cobarde cuando hay falta de compromiso. Es la paz en la vida de familia en la que los miembros le dejan de hablar a otra persona “para no estar discutiendo.” Es la paz de “no meterse con nadie” y que hace que no tengamos problemas, porque “nadie se mete con nosotros,” olvidando el compromiso de hacer el bien. Es la paz que evita complicaciones cuando soltamos sobornos y nos prestamos a la corrupción, ya que así se arreglan bien las cosas en México. Es la paz del conformismo, del indiferentismo, de la complicidad, y más terriblemente es la paz de los panteones cuando se manda asesinar y callar las voces proféticas que denuncian el pecado, el crimen y las injusticias.

¿Cuál es entonces la paz de Cristo? La paz que Cristo nos trae es la paz fruto del amor. Es la paz que se alcanza con el diálogo y la tolerancia. La que llena el corazón cuando perdonamos sinceramente. Es aquella que inunda el alma cuando se extirpa el rencor y el odio. Es la paz que construye, que vincula, que anima y que consuela. Es la paz que se experimenta junto con la alegría de visitar al enfermo, de consolar al triste, de visitar al encarcelado, de orientar al que no sabe y de corregir con amor. La paz verdadera finalmente es la que se alcanza cuando se alcanza la Comunión. Por eso antes de comulgar en cada Misa decimos: “Señor Jesús, que dijiste a tus apóstoles, la paz os dejo mi paz os doy, no tengas en cuenta nuestros pecados sino nuestra fe.” Así después de implorar esa paz fruto del amor de Dios, nos disponemos a la fracción del pan y a la Comunión del Cuerpo de Cristo, con la esperanza de ser embajadores de esa paz verdadera, de convertirnos en heraldos y testigos del Señor que vino a nosotros como Príncipe de la Paz.

¿Qué tiene que ver la crisis mundial con la vida personal de cada uno? Tiene que ver todo. Porque si cada familia y persona vive la paz de Cristo, el mundo cambia por sí sólo.

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