Martinique Acha Alemán, Género y libertad: Una aproximación a la condición sexuada, NUN, Ciudad de México, 2021
Se me quedaron muy grabadas unas palabras de Emma Watson frente a la ONU en 2014 (el discurso se puede encontrar en YouTube o en la página unwomen.org): visiblemente conmovida, la famosa actriz de la saga de Harry Potter le decía al mundo que quizá todos, sin saberlo, éramos en realidad feministas, pues el feminismo no es otra cosa que “la creencia de que hombres y mujeres deberían tener los mismos derechos y oportunidades. Es la teoría de la igualdad política, económica y social entre los sexos”. Sin embargo, de 2014 para acá, el tema del feminismo no ha hecho más que recrudecer y generar posturas muy divergentes: por un lado se tiene la sensación de que ha habido grandes avances y el feminismo es una causa noble que todos debemos apoyar y, por otro lado, muchos tienen una percepción meramente negativa del movimiento, en parte por los destrozos que han causado las manifestaciones o el radicalismo de sus exigencias.
En ese sentido, el discurso de Emma Watson resulta muy revelador de las paradojas que encierra la palabra misma. Especialmente elocuente es el hecho de que la primera definición que da del feminismo está ubicada en el plano del deber ser, es decir, del llamado moral, de lo deseable: “hombres y mujeres deberían tener los mismos derechos y oportunidades”. Después da una definición en el plano teórico: “Es la teoría de la igualdad…”. Parece que, según Emma Watson, primero viene el deber y luego el ser: todos debemos creer en esta teoría y de esta creencia se desprende su veracidad. Planteado así, el feminismo es irrefutable y, efectivamente, todos deberíamos ser feministas. Entonces, ¿de dónde viene la polarización? ¿Por qué sigue generando tanta polémica una simple palabra? ¿Servirá de algo entender la teoría que hay detrás del feminismo para poder emitir un juicio fundamentado?
En Género y libertad: Una aproximación a la condición sexuada, Martinique Acha Alemán presenta un estudio conciso y objetivo de las teorías que sirven de base al feminismo contemporáneo. La autora destaca los grandes méritos de tres pensadoras: Margaret Meade, Simone de Beauvoir y Judith Butler, así como sus deficiencias más evidentes. El principal acierto de estas pensadoras es haber traído al frente de la discusión antropológica y cultural el hecho de la diferencia sexual, del ser sexuado de la persona, con el objetivo de rescatar la dignidad de las mujeres y buscar la igualdad con los varones. Pero estos logros muy encomiables vinieron acompañados de concepciones insuficientes de lo que entraña realmente la diferencia sexual y de una antropología fallida que, paradójicamente, desemboca en situaciones nada favorables para las mujeres: una subordinación intrínseca que busca imitar al varón, como es el caso de Simone de Beauvoir, o una disolución de las diferencias en nombre de una igualdad mal entendida, como es el caso de Judith Butler.
Un análisis concienzudo y profundo de las teorías de estas autoras no puede evitar destacar ambos aspectos del pensamiento feminista: sus méritos y deficiencias, sus logros y retrocesos, en dos palabras, sus paradojas desconcertantes. Los capítulos que contienen una revisión de la obra de estas pensadoras terminan siempre con una valoración crítica muy esclarecedora. Y de esta valoración surge un panorama que nos permite entender nuestra situación actual: de la relevancia fundamental que le confiere Margaret Meade a la cultura en la formación del género a la famosa frase de Simone de Beauvoir: “la mujer no nace, se hace”, pasando por la propuesta de Butler de que incluso el sexo es un constructo social, el recorrido que culmina en la ideología de género y la teoría queer adquiere sus contornos claramente identificables.
Pero la autora no se queda ahí. La crítica que realizan Martha Nussbaum, Toril Moi y Seyla Benhabib al feminismo sirve de trampolín para plantearnos una visión antropológica de la persona y su condición sexuada más apegada a la realidad humana. De esta manera, un acercamiento al pensamiento de Xavier Zubiri, Leonardo Polo y Karol Wojtyla, entre otros, permite vislumbrar una comprensión plena de la persona en que naturaleza y cultura no están peleadas y la diferencia entre hombres y mujeres no significa necesariamente subordinación; una comprensión, por lo tanto, que respete la diferencia y fortalezca la igualdad. En nuestras sociedades polarizadas esto es fundamental para comprender que la lucha por la igualdad no implica atentar contra las bases ontológicas de la persona, sino todo lo contrario, nos invita a profundizar en nuestras particularidades para descubrir las verdades universales. Quizás así, enriqueciendo la complementariedad entre los sexos y formando vínculos basados en la dignidad de la persona, uno pueda estar de acuerdo con Emma Watson: todos deberíamos ser feministas.
Lic. José Terán
Observatorio Nacional de la Familia
CEFABIOS