La ternura de Dios y la vergüenza de nuestro escandaloso confort

Por: P. Francisco Merlos Arroyo

1. El confort es una palabra que hoy se usa para expresar la comodidad mezquina, el bienestar conformista y la vida fácil que no quiere molestarse en favor de nadie. El confort excesivo engendra una vida tremendamente aburrida y egoísta. Se da en todos los niveles: físico, mental, social, laboral, familiar, religioso. Quien no sale de sus zonas de confort, reduce el mundo a su pequeña realidad individualista. Se empobrece por no ver más allá de sus estrechos límites personales

2. Los que sólo viven para el confort, caen sin remedio en la mediocridad, en la falta de solidaridad y en una insensatez, que ignora que a su lado existen muchas manos suplicantes, pies fatigados, corazones rotos, cuerpos golpeados por la vida. Quien vive en el confort, construye una muralla difícil de derribar, pues lo que le importa es protegerse a sí mismo, no perder la compostura, no salir a la intemperie, no enlodarse las manos, no caminar con los que luchan por algo mejor. 

3. El bienestar es un derecho legítimo de todos los seres humanos, pues su vocación es humanizar la vida para su desarrollo pleno. Pero cuando unos pocos se convierten en acaparadores ambiciosos de lo bueno y saludable que pertenece a todos, entonces los demás se vuelven pordioseros de los bienes comunes. Se crea un abismo entre los pocos que disfrutan mucho y las multitudes que sólo saborean las sobras. Es la desigualdad que humilla a unos y exalta a otros. Es el rompimiento de la sana convivencia.

4. El cristianismo tiene una clave para cambiar la situación: La ternura compasiva de Jesús, que abandona su “confort de Dios”, para hacerse hombre judío y construir humanamente la solidaridad de hombres y mujeres, que necesitan reconciliarse con Él, con los hermanos, con la historia y con el mundo. Dejar el propio confort supone salir de uno mismo, desgastarse, renunciar a lo fácil, crear lazos fraternos, correr la misma suerte de los humillados, los despreciados y los que han perdido toda esperanza. “Jesús que era de condición divina, no se aferró celoso a su igualdad con Dios. Sino que se aniquiló a sí mismo, y tomando la condición de esclavo, llegó a ser semejante a los hombres, se humilló, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz… (Fil 2, 6-8).   
5. El seguidor de Jesús acepta las huellas del Maestro de Nazareth. No se aferra a su confort ni a su felicidad postiza; no levanta muros que lo aíslan de los compañeros; no se deja atrapar por su mediocre pasividad. Por el contrario se desgasta por los demás. Sale a dar la cara y renuncia a su inútil confort para que su generación se encuentre con el amor compasivo del Padre. Se alza como signo luminoso de la ternura de Aquel que “hace brillar el sol sobre buenos y malos y hace caer la lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5,43). Si el Dios de la misericordia y la ternura no avergüenza nuestro confort, nunca dejaremos el paso libre para que Él se revele en nuestra precaria humanidad.

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