La Universidad Pontificia de México, como entera comunidad académica, se identifica con la misión y la dimensión humanista cristiana del Concilio Vaticano II. ¿En qué sentido hacemos esta afirmación? Nos explicamos.
En el Discurso de clausura del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI expresaba que el Concilio, además de ocuparse de la Iglesia y de su relación con Dios, también se había ocupado del hombre, tal cual hoy se presenta. En efecto, el percatarse de las necesidades humanas había absorvido la atención de los padres conciliares, lo cual se convirtió en el fundamento del humanismo de la Iglesia que busca ser promotora del hombre, que se pone al servicio del hombre, en todas sus condiciones, en todas sus debilidades, en todas sus necesidades. Y precisamente, decía el Papa Pablo VI, en el rostro de cada hombre podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo, y si en el rostro de Cristo podemos y debemos reconocer el rostro del Padre celestial, entonces, nuestro humanismo se hace cristianismo, y nuestro cristianismo se hace teocéntrico; tanto es así que podemos afirmar: para conocer a Dios es necesario conocer al hombre (nn. 8-16). A la luz de este pensamiento del Papa San Pablo VI entendemos dos textos que expresan claramente el humanismo de la Iglesia: el primero se refiere al comienzo de la Constitución pastoral Gaudium et spes: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo [la Iglesia]. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (GS 1). El otro texto es del mismo Papa, en la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: «Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a las que hay que combatir, y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? Nos mismos lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar «que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad»» (EN 31). En síntesis, la misión evangelizadora de la Iglesia supone su genuina dimensión humanista.
Esta misma comprensión del humanismo cristiano del Vaticano II es la que la Universidad profesa con una profunda convicción y con una decidida orientación al diálogo de la fe con la cultura, animada por el gozo de buscar la verdad que brota del Evangelio (Identidad de la UPM), cuya misión es contribuir a la construcción de una sociedad más justa y solidaria (Misión).
Mons. Mario Medina Balam
Universidad Pontificia de México