La Universidad Pontificia de México, una institución en favor de la sociedad y la Iglesia en México
La Universidad Pontificia de México se considera continuadora de la Real Universidad de México, la cual, a decir verdad, sólo al final del periodo virreinal se dio a sí misma el título de «Real y Pontificia Universidad de México».
Promovido por el primer obispo y luego arzobispo de México, el franciscano fray Juan de Zumárraga (1468-1548), y por el primer Virrey de la Nueva España, Don Antonio de Mendoza (1490/93-1552), el estudio universitario novohispano fue erigido por cédula del príncipe Felipe II el 21 de septiembre 1551, «para que los naturales e hijos de los españoles fuesen industriados en las cosas de nuestra santa fe católica y en las demás facultades». Su fundación se llevó a cabo el 25 de enero de 1553, cuando se ejecutó mencionada cédula, adquiriendo todos y cada uno de los privilegios de la Universidad de Salamanca. Dicha fundación fue avalada posteriormente por la bula Ex supernae dispositionis arbitrio del Papa Clemente VIII, del 7 de octubre de 1595. Sus primeros estatutos se los dio el doctor Pedro Farfán, con fecha del 18 de agosto de 1580, aunque los que realmente trascendieron fueron los del visitador y obispo de Puebla, don Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659). Durante el virreinato, en esta institución se formaron las personalidades más notables de la Iglesia y de la sociedad novohispana. Sin embargo, luego, en el periodo de la Guerra de Independencia (1810-1821), la entonces llamada «Pontificia y Nacional Universidad de México» comenzó a declinar, y después de una serie de clausuras y reaperturas condicionadas por las circunstancias políticas de la naciente nación mexicana (en 1833 fue clausurada por Valentín Gómez Farías, restaurada en 1834 por Santa Anna; clausurada nuevamente por Comonfort en 1857, reabierta por el fugaz decreto del Félix Zuloaga en 1858, nuevamente clausurada por Juárez en 1861, reabierta por la Regencia en 1863, y clausurada una vez más por Maximiliano en 1865).
Posteriormente, por gestiones del Arzobispo de México, don Próspero María Alarcón Sánchez de la Barquera (1828-1908), la Sede Apostólica erigió en 1895, con un decreto que se ejecutó el año siguiente, la Pontificia Universidad Mexicana, reemplazando a la antigua. Su lema In ardua nitor (esplendor en la dificultad) expresaba bien las continuas y graves dificultades que iba a tener que afrontar. Heredera del estudio virreinal, puede afirmarse que esta institución se configuró según el modelo de las universidades católicas posteriores al Concilio Vaticano I. La Constitución Apostólica Deus Scientiarum Dominus del Papa Pío IX y fechada el 24 de mayo de 1931, que prescribió mayores exigencias para las Facultades pontificias, terminó por extinguirla en 1932.
Vuelta la tranquilidad para la Iglesia en nuestro país, el arzobispo de México, el Cardenal Miguel Darío Miranda (1895-1986), será quien se empeñe en hacer resurgir la Universidad, para lo cual fundó en 1967, como su preparación, el Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos (ISEE). La Congregación para la Educación Católica puso como condiciones para la instauración, que la «nueva Universidad» tuviera carácter nacional y estuviera bajo el cuidado inmediato del Episcopado Mexicano. Por estas razones, la XXV Asamblea Plenaria de éste (abril de 1980) acordó por unanimidad solicitar la autorización para fundar de inmediato en México una Facultad de Teología, y encargó los trámites a una Comisión transitoria, presidida por el obispo Javier Lozano Barragán. En 1981 la Conferencia de Episcopado Mexicano solicitó formalmente la reapertura de la Universidad Pontificia de México, para continuar con la tradición universitaria de la Iglesia en México.
En el correspondiente acto académico de erección de la Facultad Teológica Mexicana, como primer paso para constituir la Universidad (29 de junio de 1982), el Secretario de la Congregación para la Educación Católica, el obispo Antonio María Javierre (1921-2007), pronunció una conferencia que ha resultado visionaria y programática. En efecto, entre muchas otras cosas, el prelado romano afirmó que México no podía contentarse con una «Universidad Pontificia mediocre ni de segunda división». En ella se fraguaría el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Debía responder a las exigencias del pueblo mexicano; llenar en profundidad los deseos manifiestos en forma explícita por el Pontífice; y, finalmente, ser fiel sin reticencias ni distingos a su carácter substantivo de Universidad.
La Santa Sede erigió cuatro años después la Facultad de Filosofía, el 6 de enero de 1986, y el Instituto Superior Autónomo de Derecho Canónico, el 4 de Septiembre de 1995, mismo que se convirtió en Facultad el 15 de octubre del 2004. Otro logro fue la fundación del Instituto Superior de Ciencias Religiosas, dependiente de la Facultad de Teología, el 22 de marzo de 1997. Ya antes, en 1996, se creó también, independiente de las Facultades eclesiásticas, la carrera de derecho civil, para la cual se obtuvo el reconocimiento de validez oficial por parte de la Secretaría de Educación Pública, mismo que ésta ha dado luego a otros programas universitarios.
La Universidad Pontificia de México es una obra en beneficio de la sociedad y la Iglesia mexicanas, que tiene por objetivo ahondar en el conocimiento del mensaje cristiano para poder presentarlo en un lenguaje comprensible, adecuado y significativo a los hombres y mujeres de hoy. Es una institución dedicada al estudio y enseñanza de las ciencias sagradas y la difusión del patrimonio científico humano y cristiano. Así, a los cuarenta años de su apertura, este centro de estudios ha dado ya copiosos frutos, pasando por sus aulas más de cinco mil alumnos, entre los cuales se pueden contar algunos actuales obispos, además de sacerdotes y religiosos (as), quienes en las diócesis e Institutos religiosos de México y el extranjero, ayudan a la educación religiosa superior y colaboran en otras múltiples actividades sociales y eclesiales.
Pbro. Dr. Juan Carlos Casas García
Bibliotecario
Universidad Pontificia de México